lunes, 5 de octubre de 2009

“LA VACA DE TROYA”

CAPITULO QUINCE
-Nos equivocamos,que queres que te diga, nos dejamos llevar por la emoción –le dijo Rolando a Mateo mientras le convidaba un mate amargo en el último vagón del tren- no se como pedir disculpas.
Mateo lo miró fijamente y luego sonrió:
- mira Rolando, esto no me sorprende, te conozco de pibe y sos un poquito temperamental... un poquito cabezón. Hay que pensar antes de actuar Rolandito, ¿te acordas cuando éramos chicos y jugábamos los clásicos? Siempre te expulsaban –Mateo miraba sobrándolo-¿y en los bailes…?
- tatatata…bien –lo cortó Rolando.
En ese momento el líder del Este pensó en pegarle una buena trompada y mandar todo al carajo, pero se contuvo. Y sonrió una vez más aunque los nervios de la cara intentaban impedírselo.
- con los muchachos decidimos que como disculpa les obsequiamos la vaca de madera que está sobre el matadero. La podemos poner en esa plaza tan linda que tienen ustedes…digo que tenemos todos. En definitiva ese es el lugar de la vaca.
- si, no me hagas acordar –reflexionó Mateo- que vergüenza pasamos con el Presidente…
En 1953 el intendente Raimundo Castillo le había encargado construir una vaca de madera al artista plástico Juan Ignacio Pergolesi. La idea era colocar el monumento en la plaza del pueblo como símbolo de un Mercedes que comenzaba a ser famoso por sus carnes, hasta invitaron al Presidente. Organizaron una gran fiesta, con banda y todo, en el estadio del Tripa y Corazón. Pero cuando llegó el momento de presentar la obra de arte en el círculo central y ante la mirada de todo el pueblo, las autoridades y el Presidente de la Nación ocurrió aquel hecho que avergonzó a casi todos. El genial escultor Juan Ignacio Pergolesi en lugar de la vaca había construido una gigantesca cruz esvástica en señal de protesta contra el Presidente, quien tenía cierta simpatía por Hittler, Mussolini y esos muchachos. “POR EL CULO MANGA DE FACHOS Y ASESINOS”, decía un cartelito tallado al pie de la cruz.
Aquello terminó en escándalo, la cruz se quemó esa misma tarde, el pueblo acentuó su división y el Presidente se fue sin saludar condenando a la pujante Mercedes al ostracismo total.
En las semanas siguientes al pueblo lo separaba una línea invisible que reafirmó esa división latente. Hasta hubo matrimonios que se separaron y amigos que jamás volvieron a saludarse. Al tiempo la vaca apareció junto al matadero y de aquella tarde no se habló más.
- también le regalamos un asado–continúo Rolando- se lo debemos.
- no esperaba este gesto, estoy sorprendido.
- esta situación no nos está llevando a ninguna parte y la verdad que estamos un poco cansados y algo borrachos también.
-el problemita con el agua lo charlo esta noche con El Gobernador – firmó la paz Mateo- no quedan rencores.
Los dos líderes parecían jugadores de póker: sus caras sin expresión con todos los músculos en su lugar, la mirada segura y a los ojos.
- la pueden pasar por acá – Sugirió el líder del Oeste –nos queda más cerca de la plaza.
-sisisi- contestó el otro.
-creo que podemos volver a la normalidad- sentenció mateo
La reunión terminó con un apretón de manos. Rolando bajó del último vagón y se subió a su Ford: “yo te voy a dar normalidad…pelotudo” murmuró por lo bajo. Del otro lado, Mateo salió caminando a lo del intendente a contar las buenas nuevas: “cagones…” pensó antes de pisar una caca de perro y seguir como si nada.
-Ya está – avisó Rolando ni bien entró en el galpón del Este.
Rolando eligió a 15 de sus mejores hombres para que fueran entrando a la vaca. Antes de entrar brindaron por el triunfo. Y el tractor arrancó lentamente su camino hasta el Oeste.
En ese lado del pueblo el intendente, Mateo y El Gobernador descorchaban una sidra.
-vayan por la leña- ordenó el intendente y levantó la copa.
-tengo ganaz de mear zeñor Rolando- dijo Román.
-te las aguantas- contestó el líder –hace diez minutos que subimos.
-me parece o falta el aire ¿no?- preguntó un canoso.
-tranquilos muchachos, tranquilos- los calmó el francés mientras afilaba un pequeño cuchillo.
Los muchachos del este lucían demacrados, con los ojos caídos como si realmente les faltará el aire. O bien, no tenían ni idea de lo que estaban a punto de hacer y los asustaba un poco.
-Cómo le va Don Braulio- dijo el intendente -¿y el Rolando?
-está descompuesto, vio que es flojito del vientre.
La comitiva había llegado a la plaza cerca de las 7 de la tarde con el asado, unos vinos y “La Vaca de Troya”.
No se habló demasiado, Don Braulio era un tipo de pocas palabras. No leyó la proclama porque se había olvidado de leer cuando se puso viejo. Desenganchó la vaca y se fue saludando con el sombrero sin mirar para atrás.
-¿qué raro lo de Rolando- se preguntó Mateo. Una duda lo invadió por un instante.
- ese pelotudo es muy orgulloso para aceptar la derrota- interrumpió el intendente los pensamientos de Mateo. La sidra les estaba llegando a la cabeza. Condujeron la vaca hasta la casa del intendente y siguieron con el festejo.
Cerca de las diez de la noche en la casa del intendente toda la parte oeste de Mercedes estaba en pedo. El asado casi a punto, las ensaladas en la larga mesa que atravesaba el patio y las mujeres jugaban a la canasta entre risas y alguna que otra copita de vino.
-¡¡quiero brindar por esa gran persona y mejor político- comenzó El Gobernador parado sobre una silla –el intendente, su intendente, que ha sabido llevar a este pueblo a un lugar de privilegio y…!!- en ese momento El gobernador cayó desplomado junto a una montura de caballo.
Todos estaban borrachísimos y llenos. Con el pasar de las horas algunos se abrazaban y lloraban en pos de la victoria y la amistad. Otros dejaban caer sus cabezas en la mesa y soñar profundamente. Las mujeres, mientras tanto, seguían jugando a la canasta.
-yo no escucho más quilombo- le comentó el francés Portos a Rolando -¿se habrán dormido? ¿Debemos atacar? Estoy un poco aburrido acá adentro.
-eztoy mareado zeñor Rolando- dijo un Román muy pálido.
-salgamos- ordenó Rolando.
Los muchachos del Este fueron saliendo de a uno. Todos llevaban sogas, algunos cuchillos y hasta un revolver había, aunque sin balas. Entraron silenciosamente por la puerta de delante de la mansión del intendente, se escuchaba música pero no voces. En el patio, los vieron, todos dormían plácidamente en improvisadas camas.
-¿no estarán muertos con tu pastillita mágica?- le preguntó Rolando al francés- no quiero ser cómplice de genocidio.
-por favor Rolando ¿por qué te crees que me vine de Francia?- se confesó agrandado el francés - ¿y las mujeres donde mierda están?
- acá estamos- grito una voz que venía de la casa.
Era la gorda Risatti, esposa del intendente conocida por su mal carácter y por sus guisos de lentejas. Encolumnadas detrás de la gorda todas las mujeres del Oeste agitaban algún palo de amasar o de escoba y miraban con odio a los muchachos del Este – ¿ustedes qué hacen acá? ¿Qué les hicieron a nuestros maridos?
Rolando dio un paso adelante e intento tomar el control de la situación:
-Miren señoras: la verdad es que no queremos hacerles daño, pensamos que también dormían por lo que si son tan amables les voy a pedir que por favor bajen sus armas y permitan que mis muchachos y yo las atemos para llevarlas al otro lado del pueblo. Las vamos a secuestrar, pero tranquilas.
Esto intentó explicar Rolando y fue la última voz de hombre que se escuchó esa noche. Las mujeres se abalanzaron sobre los muchachos del Este para darles la paliza de sus vidas.
Todos machucados, sin las sogas, con la ropa rota, revolcados, confundidos, con la hombría en el bolsillo, los valientes muchachos lograron escapar antes de que amanezca.
Uno a uno fueron cayendo al galpón del lado Este. Se esquivaban uno con otro, la mirada abajo, la vergüenza arriba. Habían fallado, la cagaron en definitiva. Fueron 10 o 15 minutos de silencio, algunos aprovechaban a cambiarse de ropa, el francés lloraba desconsolado.
-¿alguien vio a Román?- preguntó uno de pronto.
-¡secuestraron a Román esos malditos capitalistas!– gritó desaforadamente el francés -¡¡aller voir les putes!!
-tenemos que volver a buscarlo, no sabemos qué pueden hacer con él, además, es buen pibe- dijo Rolando mientras se levantaba de un cajón y miraba a los muchachos.
De una patada se abrió la puerta del galpón. Y ahí estaba con sus más de dos metros, todo lleno de tierra, con sangre en la nariz…Román con un bulto en el hombro de casi 90 kilos envuelto en una bolsa de arpillera.
-lo logré- dijo y cayó junto al bulto que quedo al descubierto.
En algún momento por su cabeza se pasó que no debía volver con las manos vacías, que este sería un plan b y con sus últimas fuerzas había secuestrado a El Gobernador.

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