jueves, 28 de julio de 2011

CAPITULO FINAL

Siempre la mañana en Mercedes empezó temprano, a las seis de la madrugada ya se podía ver a los primeros valientes que desafiando el frio caminaban hacia sus obligaciones. Con lo del tren muchos dejaron de madrugar hasta llegar al momento exacto donde ver a alguien antes del mediodía en la calle era un milagro. La noche anterior fue noche de preocupaciones en los dos bandos. En el Este eran todas preguntas: ¿Qué pasó con Portos? ¿Quién era? ¿Dónde está El Gobernador? ¿Qué fue de Peralta? Los muchachos se miraron casi toda la noche sin hablar hasta que el último apagó la luz, eran las 5 de la mañana. En el Oeste tampoco podían dormir, el intendente se debatía entre avisar a la gobernación o esperar un día más, Mateo lamentaba sus malas decisiones y las mujeres limpiaban el quilombo de la batalla ganada contra los muchachos del Este.
Aquella noche de nervios alterados terminó con las primeras luces del alba, con caras cansadas y cerebros desparramados. Hasta los gallos no cantaron la mañana siguiente para dejar en paz a Mercedes.
El primero en levantarse fue Don Braulio quien se fue a tomar mates a la loma de siempre, solo, alejado de todos como tanto no lo hacía. Román se levantó dormido y sin desayunar salió caminando para su casa, cruzó la vía y se perdió por el boulevard.
El primero en darse cuenta fue un niño que jugaba a la pelota contra la pared de su casa frente a las vías:
-¡¡¡¡Papá el tren se fue!!!
De a poco los vecinos de uno y otro lado se fueron acercando para constatar que efectivamente el tren no estaba, se había ido mientras ellos dormían. Se sintieron vacios, de pronto a lo único que le habían puesto todas sus fuerzas en los últimos días no estaba y no había explicaciones a la vista. Mateo se paró al lado de una vía, en la calle Mendoza, frente a él Rolando fumaba un cigarrillo:
-¿Y ahora qué pasa?- preguntó el líder del Oeste
-Yo me voy a abrir el bar – contestó Rolando, tiró el pucho y se fue caminando para “La Copa Rota”.
Algunos no cruzaron la vía hasta varios meses después, otros aunque no se puteaban esquivaban la mirada del vecino del otro bando. Se odiaban. Fueron dos pueblos hermanados por una vía que nunca se sintieron uno, hombres y mujeres mirándose con desconfianza, un muro invisible que los ponía demasiado nerviosos. Mercedes continuó dividida sin trenes cerca. Y aun hoy cuando los viejos rencores se han olvidado lo sigue estando.
Cuando Peralta arrancó el tren eran las siete de la mañana, El Gobernador permanecía atado y amordazado quejándose con sonidos guturales. Peralta echó leña a la caldera y el tren comenzó lentamente a andar. Peralta se despedía como reina saludando a las casas silenciosas. Le dedicó unos minutos de contemplación al matadero y siguió metiendo leña.
Atrás había quedado el falso Portos, la Vaca de Troya o el partido por la libertad, ahora tenía una cita en la Capital.

FIN