viernes, 16 de enero de 2009

"EL GOBERNADOR"

CAPITULO CINCO
Cerca del mediodía Peralta entró por el acceso Oeste, para su sorpresa, nadie lo recibió. En este lado del pueblo la gente no estaba en las calles, no había asambleas y tampoco lideres hablando sobre los autos. Mercedes Oeste permanecía tranquilo, en apariencia un día normal.
-pará en ese negocio- ordenó Peralta al chofer del Fiat 1500.
El negocio en cuestión era una casa de electrónica especializada en el arreglo de las radios del pueblo. Ubicada en la calle principal.
-Busco al intendente- preguntó Peralta a un vecino que estaba sentado en la entrada.
- a Mateo buzca- contestó el muchacho
-si – Peralta intuyó que así se debía llamar el líder del Oeste – ¿sabe dónde está?
-no ni idea, yo zoy Román – se presentó, mientras se levantaba de la silla. A Peralta le sorprendió la altura, debía medir más de dos metros.
-¿uzted quien ez? ¿El Gobernador? Rezién ezcuche que El Gobernador eztaba en la otra parte del pueblo firmándolez zu independenzia – comenzó a hablar Roman – creo que ezo no eztá bien. El tren no va a eztar para ziempre parado y algunos tenemos amigoz y amorez del otro lado.
Román hablaba muy rápido y con la z, esto a Peralta lo distraía sin poder seguir el hilo de la conversación.
-zigame – le pidió Román mientras comenzaba a cruzar la calle – ¿uzted ez de confiar?
- por supuesto-
- lo voy a llevar a un lugar para que conozca a alguien que noz puede ayudar – le dijo a Román mientras lo agarraba del brazo – no me dijo como ze llama.
- Peralta – respondió el constituyente – Juan Carlos Peralta
- acá hubo un Peralta que jugaba en el Tripa y Corazón. Un nueve era, dezpuéz ze fue a jugar a Atlanta.
- si somos muchos los Peraltas
-no, acá era el único.
- quiero decir que somos muchos y no nos conocemos.
- ¿uzted lo conozía al “Cañón”? – pregunto Román
- ¿Qué “Cañón”?
- el “Cañón” Peralta.
- no
- pero zon parientez – insistió Román – ¿uzted no ze trata con la familia? Acá una vez pazo algo muy feo entre hermanoz.
- ¿qué paso?
- no le puedo contar.
- ¿y adónde vamos?
Roman no contestó. Siguieron caminando en silencio por un rato. El pueblo estaba todo durmiendo.
- loz doz hermanoz ze pelearon por una mujer y jamáz volvieron a cruzarze. Ze juraron venganza – comenzó de pronto a contar Román – nunca máz volvieron a hablar uno con el otro, pero ahora ya zon viejoz y deberían reencontrarze. Yo ze que en el fondo lo quieren hacer, ze lo deben a Letizia que ze murió zin hablar zuz últimoz veinte añoz de vida.
- ¿usted cómo sabe tanto de la historia del pueblo siendo tan joven? – preguntó Peralta
- me guzta inveztigar, me guzta la historia y ademáz tengo un viejo amigo que zabe todo lo que aquí pazó – Román se detuvo – llegamos “Cañón”.
Román golpeó una vez y entró, la puerta estaba entre abierta. En el medio de la sala, en un sillón viejo y polvoriento, un hombre algo avejentado pero vestido con un traje negro impecable fumaba en pipa.
- Don Jazinto él ez “Cañón” Peralta El Gobernador y quiere a hablar con uzted – los presentó Román
- bueno – interrumpió Peralta – no soy El Gobernador, trabajo en la gobernación y he venido de mediador, soy Juan Carlos Peralta.
- un gusto – dijo el viejo mientras se levantaba y daba la mano – lo que en este pueblo pasó alguna vez iba a pasar, todos lo sabíamos. Mi hermano es muy terco y Rolando heredó esa terquedad, una lástima, de chico era muy caballero.
- Don Jacinto– dijo Peralta – usted me puede ayudar, el pueblo no puede separarse.
- mire Peralta tengo un sueño – comenzó lentamente el viejo – Estoy orgulloso de reunirme con usted hoy, en la que será ante la historia la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro pueblo. Hace cien años, un gran hombre, cuya simbólica sombra nos cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y de esperanza para millones de nosotros, chamuscados en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero, cien años después, aún no somos libres; cien años después, nuestra vida es aún tristemente lacerada por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, vivimos en una isla solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, muchos todavía languidecemos en las esquinas de la sociedad mercedence.
Peralta se sintió algo confundido por las palabras del viejo quien continuó su monologo por más de 45 minutos. Román lo miraba atolondrado y feliz, mientras Don Jacinto solo se detenía para darle una pitada a una pipa que ya estaba apagada hace años. Sin dudas el viejo había escuchado ese discurso en alguna parte o lo había soñado, no importaba en absoluto.
Peralta volvió a dar media vuelta y salió del caserón maldiciendo su puta suerte de ñoqui constituyente. Una vez en la calle escucho los aplausos de Román y se encendió un Particulares.
Para que Mercedes continuara con su historia futura debían sanarse heridas demasiado viejas. ¿Por dónde comenzar? Peralta no tenía ni idea.

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